Iniciamos el tiempo de Adviento encendiendo nuestra Corona, a la que dimos la bendición durante la tranquila tarde de oración del 30 de noviembre.
Hay algo profundamente sereno en encender la Corona al comenzar nuestra oración vespertina. La llama no rompe la oscuridad, pero señala un inicio y nos recuerda que el Adviento ha llegado. Y ese es el espíritu de estas semanas: una luz sencilla que indica que nuestra espera, nuestro anhelo y nuestra esperanza vuelven a empezar.
El Adviento es la suave invitación de la Iglesia a hacer una pausa. En un mundo que va demasiado deprisa, el Adviento nos enseña a ralentizar, a respirar, a recordar que Dios suele llegar en silencio, como una luz que crece poco a poco, semana tras semana. Estas cuatro semanas no son solo la cuenta atrás hacia la Navidad; son un entrenamiento del corazón, un reaprender a desear. Un tiempo en el que la espera se vuelve sagrada.
Cada domingo encendemos una vela: Esperanza, Paz, Amor y Alegría.
Cada llama tiene su propia historia que contar.
La Primera Vela: Esperanza
La esperanza es la valentía de creer que Dios ya está obrando aunque no podamos verlo. Como los profetas que claman en el desierto, la primera vela morada nos recuerda que las promesas de Dios merecen la espera. La encendemos por todos los lugares de nuestro corazón que siguen anhelando sanación, por todas las oraciones que sentimos sin respuesta, por todos los sueños que parecen retrasados.
La Segunda Vela: Paz
La paz no es la ausencia de problemas, sino la presencia de Cristo. Esta vela nos invita a entregar nuestras preocupaciones, nuestro ruido, nuestras prisas inquietas. La paz del Adviento es tranquila, firme, suave, como una mano en el hombro que susurra: “Estoy contigo. No temas”.
La Tercera Vela: Alegría
La vela rosa nos sorprende. Nos dice que incluso mientras esperamos, la alegría ya está irrumpiendo. La alegría no es algo que forzamos; es un don que llega. En Adviento, la alegría se convierte en la promesa de que Dios está más cerca de lo que imaginamos.
La Cuarta Vela: Amor
El amor es la razón de todo: por qué Dios vino, por qué se quedó, por qué sigue acercándonos a Él. Esta última vela brilla con la ternura de un Dios que elige habitar con nosotros, no desde lejos, sino en la sencillez de nuestros días.
A medida que la Corona se vuelve más luminosa cada semana, nuestros corazones están llamados a crecer con ella. Nos preparamos no solo para el nacimiento de Jesús en Belén, sino para Su llegada a los rincones escondidos de nuestra vida hoy. El Adviento no es una espera pasiva; es una preparación activa. Es elegir la esperanza cuando la vida pesa. Es practicar la paz en un mundo ruidoso. Es abrazar la alegría incluso en días imperfectos. Es optar por el amor, especialmente cuando más cuesta.
Y así, al encender esa primera vela el 30 de noviembre, realmente comenzamos de nuevo. Entramos en un tiempo que nos enseña que Dios llega despacio, con belleza, con fidelidad, y que ninguna espera hecha por Él es jamás una espera perdida.
Hna. Clarizza Agmaliw, OP
Novicia, Comunidad Rosa Santaeugenia
